miércoles, 4 de septiembre de 2013

Todo lo que se va... vuelve. Solo que quizá es demasiado tarde.

Un día de esos en los que estás esperando en el mismo lugar de siempre, apoyada en el mismo muro de todos los lunes por la tarde, pensando en quien sabe qué cosa. Un día de esos, de repente, sucede. Notas una presencia a tu lado, levantas la mirada y lo ves parado frente a ti. A ese que por tanto sentías, a esa persona que te quitó todo con la misma rapidez que te lo dio.

Y es en ese preciso momento, cuando lo miras a los ojos y lo vuelves a sentir cerca. Es en ese instante en el que te das cuenta que la distancia acompaña al olvido. Y comprendes que todo aquello fue pasajero, que en tu interior no queda por esa persona nada más que un vacío enorme, el mismo vacío que te dejó cuando decidió irse en aquella mañana fría de invierno cuando tus brazos necesitaban el calor de los suyos. El mundo es pequeño, y el destino es muy sabio.

Tan sabio como tu corazón, que cuando deja de latir al ver a esa persona demuestra a la razón  que ya no significa nada para ti. Es otra persona más que ocupo un lugar que no le correspondía. Pero las cosas se aprenden con el tiempo, cuando la tirita se ha caído y la herida ha cicatrizado. 
Lo he pasado tan mal abriendo el corazón para después encontrármelo destrozado, que me da miedo arriesgar de nuevo. Miedo a que la ilusión se vuelva en decepción, el amor en ignorancia, y los recuerdos en olvido.

Y a la vez siento que en tus brazos es el mejor lugar donde puedo estar, y que me encantaría ver tu sonrisa cada día al despertar. No he encontrado sabor mejor que el de tus labios, ni refugio más placentero que el de tu mirada. Pero tengo que admitir que siento vértigo,  será por el miedo de los comienzos y la ceguera de no saber si el siguiente paso me llevará hacia un precipicio o a un escalón que me acerque a ti.

Dejaremos de lado a la pequeña de las dudas infinitas, y aprendemos a ser feliz sin más.