Y es en ese preciso momento, cuando lo miras a los ojos y lo vuelves a sentir cerca. Es en ese instante en el que te das cuenta que la distancia acompaña al olvido. Y comprendes que todo aquello fue pasajero, que en tu interior no queda por esa persona nada más que un vacío enorme, el mismo vacío que te dejó cuando decidió irse en aquella mañana fría de invierno cuando tus brazos necesitaban el calor de los suyos. El mundo es pequeño, y el destino es muy sabio.
Tan sabio como tu corazón, que cuando deja de latir al ver a esa persona demuestra a la razón que ya no significa nada para ti. Es otra persona más que ocupo un lugar que no le correspondía. Pero las cosas se aprenden con el tiempo, cuando la tirita se ha caído y la herida ha cicatrizado.
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