viernes, 16 de diciembre de 2011

Ver ayer a mis padres discutiendo de cosas tontas me hizo recordar algo. Algo que llevo pensando toda mi vida. 

No quiero que mi vida sea monótona. Que mis relaciones sean lineales. Que cada día sea exactamente igual al anterior. No quiero tener la vida de mis padres. Y con esto no digo que ellos no sean felices. Es muy probable que sean una de las parejas más felices que conozco. Los admiro. Pero ellos son felices con lo que tienen. Y siendo sincera, mi felicidad sería imposible que viviera en esa situación.

A mi me gustaría vivir a golpes. En descargas de tensión. Y que cada día no tuviera que ver nada con el anterior. Vivir cada segundo. Con cabeza. Pero vivirlo. No decir nunca un ' me habría gustado'. Y sustituirlo por un 'me gustó'. Que cuando tenga cuarenta años, pueda echar la vista atrás. Y saber que he cumplido mis sueños, pero que en cambio, me quedan muchos por vivir. Y tener la sensación de que estoy luchando por ellos. No estaría sentada en la espera. Sentada, viendo como pasa el tiempo mientras yo sigo exactamente en el mismo punto.

No, mi felicidad no podría surgir en tal situación. Y si hay que caerse, pues me caeré. Porque seré yo la que me levante. O quizás, me levante la misma persona que me invita a vivir mis emociones. Al límite. Como a mi me gusta. Y me ayude a hacer locuras. A arriesgar. A retroceder. Y a volver andar. Y entonces... seríamos jóvenes eternamente. Tendríamos todo el tiempo del mundo para hacer lo que queremos. Y no habrá metas, ni barreras. Y tendremos un tique sin límites para una montaña rusa, en la que subiremos mil y una veces para bajarnos al día siguiente. Y volvernos a subir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario